Lo prohibido sabe más rico
Hace un tiempo, en una sobremesa con amigos —de esas que empiezan con vino y terminan con verdades— alguien lanzó la pregunta sin filtro: «¿Por qué será que lo prohibido siempre calienta más?». Silencio. Risas. Miradas cómplices. Y una amiga, que tiene menos pelos en la lengua que yo en el pecho, dijo: «Porque si no fuera prohibido, capaz que ni te daría morbo». Y ahí quedó el tema, flotando como una confesión colectiva.
No sé ustedes, pero yo no puedo evitar meterme en esas preguntas. No para pontificar, sino porque me intrigan. Porque en el fondo, casi todos mis relatos —los que escribí, los que me contaron, los que viví— tienen algo de eso: algo que no se debía hacer. O decir. O pensar en voz alta.
Y no es casualidad.
Hay algo en el deseo que no sigue las reglas del tránsito. El deseo es como un niño travieso que se ríe cuando le dicen «eso no se toca». El mismo que quiere abrir el cajón que está con llave, mirar por la rendija de la puerta, leer el mensaje que no era para él.
Pero ojo, no es solo travesura. Hay ciencia detrás. El cerebro humano —ese chamullento profesional— se activa más frente a lo que no puede tener. La dopamina, esa sustancia que asociamos con el placer, en realidad se dispara más en la espera que en la llegada. Lo prohibido tiene ese gustito de anticipación eterna. De tensión que no se resuelve fácil. Y eso… excita.
Además, hay una cosa que me encanta observar: cómo lo prohibido cambia según la época, el lugar, la persona. Lo que para uno es un tabú, para otro es pan de cada día. Lo que en un país es delito, en otro es tradición. Lo que en tu casa era impensable, en la del vecino era martes por la tarde.
Entonces el deseo no es solo biología. Es también cultura. Historia. Vergüenza aprendida. Curiosidad contenida. Y a veces, un acto de rebeldía íntima.
Ahora bien, no estoy diciendo que todo lo prohibido es bueno. Hay prohibiciones que están ahí por razones sanas. Éticas. Legales. Pero dentro del campo del erotismo consensuado, lo prohibido tiene una función potente: rompe la rutina mental. Te saca de la fila. Te muestra un espejo más honesto.
Y desde lo comercial —sí, hablemos de eso también— lo prohibido vende. Siempre ha vendido. Desde los libros censurados hasta los videos «solo para adultos», el mercado sabe que el morbo mueve clics. Pero yo no escribo solo para eso. Si fuera así, haría otra cosa.
Escribo porque hay gente que necesita leer algo que nunca se atrevió a decir. Porque cuando alguien se reconoce en un texto, aunque sea en secreto, se siente menos solo. Porque hay una belleza extraña en nombrar lo innombrable. Y porque muchas veces, lo que no se puede contar… es justamente lo que más vale la pena contar.
Así que sí. Lo prohibido excita. Pero no porque sea sucio, ni malo, ni cochino. Sino porque nos recuerda que estamos vivos. Que sentimos. Que, aunque intentemos negarlo, algo adentro nuestro quiere tocar lo que nos dijeron que no.
Y ahí estoy yo. Para escribirlo.
¿Qué dice la ciencia sobre el deseo por lo prohibido?
Más allá de lo que sentimos en la piel, el deseo tiene explicaciones claras desde la neurociencia y la psicología. La atracción por lo prohibido no es un capricho: es parte del funcionamiento normal de nuestro cerebro.
El papel de la dopamina y la anticipación
Uno de los protagonistas clave del deseo es la dopamina, un neurotransmisor asociado al placer, la motivación y la recompensa. Estudios muestran que la dopamina no se dispara al obtener lo que queremos, sino cuando creemos que estamos por obtenerlo. Es decir, la anticipación es más excitante que el logro.
Cuando algo está prohibido, se vuelve inalcanzable, y por lo tanto más deseable. La mente lo convierte en un objeto de fantasía porque no está disponible de inmediato. Esa tensión mantiene el interés vivo.
Lo prohibido y el sistema de recompensa cerebral
El sistema de recompensa del cerebro está diseñado para reforzar conductas que nos generan satisfacción. Cuando rompemos una regla —aunque sea simbólica, como leer algo que “no deberíamos”— el cerebro interpreta ese acto como una recompensa inesperada. Y eso lo refuerza aún más.
Por eso, incluso consumir contenidos eróticos «ocultos» o hablar de temas tabú genera una sensación de aventura placentera: porque activa el mismo circuito que usaríamos al ganar algo valioso.
Psicología del tabú: lo que se reprime, se desea
Desde la psicología clásica, Freud ya hablaba del principio de represión: lo que la cultura o la moral reprimen, se vuelve deseo inconsciente. Hoy se sabe que no es solo inconsciente: también es aprendido socialmente.
Nos enseñaron a sentir culpa, a esconder lo que sentimos, a evitar hablar de ciertas cosas. Pero la mente —y el cuerpo— no olvidan. Lo prohibido se convierte así en una forma de rebelión, de recuperación de lo propio. Deseamos lo que no nos dejaron nombrar.
¿Y esto qué tiene que ver con tus historias?
Todo.
Porque cuando un lector se excita con un relato prohibido, no está haciendo algo mal. Está reconectando con una parte de sí que tal vez estuvo dormida, escondida o negada. Y si además lo hace desde el consentimiento, el cuidado y la conciencia… entonces es sano. Es real. Es humano.
En resumen: desear lo prohibido es parte de ser humano
Lo prohibido nos atrae porque nos desafía. Porque nos activa. Porque nos muestra un rincón de nosotros mismos que muchas veces intentamos tapar.
No es un defecto. Es una puerta. Y a veces, lo más liberador que podemos hacer… es atrevernos a abrirla.

Gastón Lemark
Gastón Lemark es escritor, observador crónico del deseo y autor de relatos que arden por dentro. Cree que el erotismo sincero es una forma de resistencia tierna.
Puedes encontrar algunos de sus relatos en la sección de Colecciones